La FACEEF (Fédération d’associations d’émigrés espagnols en France) a organisé, en collaboration avec l’Office d’Education de l’Ambassade d’Espagne, un concours artistique et littéraire adressé aux élèves inscrits dans le système éducatif espagnol en France et à ceux du système éducatif français suivant des cours d’ Espagnol. http://faceef.fr/xxveme-concours-artistique-et-litteraire/
« Frontières… pourquoi? Dans quel but? » était le thème choisi afin de faire réfléchir les jeunes candidats sur les enjeux politiques et économiques de notre temps.
Le premier prix a été remporté par Irene Campillo Pinazo, élève de la Seconde OIB du Lycée Saint-Sernin de Toulouse (France). ¡Bravo Irene!
Ci-dessous le travail artistique d’Irene Campillo Pinazo, lauréate du concours. Si vous souhaitez lire d’autres écrits de sa main, vous pouvez cliquer sur l’onglet « Travaux des élèves ».
Marlene Moret
Una línea en la arena –historia de leones y gacelas. IRENE CAMPILLO
En mi pueblo, hay un dicho que les susurra la vieja Amondi a los que se van. Los coge de la mano, los bendice y luego les cuenta una y otra vez lo mismo: «El león siempre alcanza a la gacela, por mucho que corra. Siempre sobreviven los más fuertes y los débiles son devorados. Es el ciclo eterno de la vida. Por eso, una gacela que un león ha decidido perseguir ya sabe que va a morir, porque es así, nunca correrá más rápido que el felino. Vosotros nacisteis hombres, os dieron la elección. Procurad ser el buen animal». Luego todos asienten lentamente con la cabeza, cogen las bolsas y se les ve marcharse con decisión hacia el horizonte, pensando que van a ser ellos los leones, que conseguirán salir de Senegal, cruzar Mauritania y Marruecos, llegar hasta el mar y alcanzar España.
—¡Koli! —grita mi madre, intentando hablar más fuerte que las incesantes lamentaciones del mar—, agárrate bien, que vienen olas. Ya queda poco, cariño, ya llegamos.
La miro brevemente, le sonrío, y agarro una cuerda empapada que hay detrás de mí. Durante la travesía, es la primera vez que abro los ojos. Prefiero evitar las miradas inquietas y atemorizadas de todos los que viajan con nosotros, prefiero rehuir los ojos negros de la noche oscura y cruel, prefiero esquivar la luz blanca y pulcra de la luna, que parece alumbrarnos demasiado, como si quisiera que nos descubrieran. Así que cierro mis párpados otra vez, y vuelvo a pensar en la vieja Amondi, en sus arrugas que se marcan cuando sonríe, en la última vez que la vi, que me cogió la mano, y que me dijo lo que le había oído susurrar mil veces. Y no puedo evitar pensar que, en este preciso instante, nos parecemos más a una manada de gacelas delgadas y miedosas, corriendo para sobrevivir, que tiemblan a cada rugido que oyen.
Pues cada vez que, a lo lejos, se escucha una sirena de un barco, todo el mundo aguanta la respiración y las mujeres sacan sus rosarios y empiezan a rezar. Como si algún dios se preocupara de nosotros.
El movimiento de nuestra embarcación se ralentiza poco a poco, hasta pararse por completo, y el estruendo del mar ya solo es un murmullo lejano. Abro los ojos. Veo la arena, los ojos lagrimosos de mi madre, las sonrisas llenas de esperanza. Nadie se atreve a decir nada, como si cantar victoria antes de tiempo fuera a condenarnos a todos.
La gente empieza a salir de la lancha y mi madre, en silencio, me coge en sus brazos y me lleva hasta la arena, donde me dice que me quede sentado hasta que todos hayan salido y el mísero equipaje que llevamos haya sido descargado, y se vuelve hacia la pequeña nave para ayudar a los demás.
Me quedo mirando fijamente la arena, donde se pueden ver nuestras huellas, y enseguida pienso en borrarlas, como si fueran testigos indeseables que pudieran acusarnos, pero me abstengo. Al fin y al cabo, son como una prueba material de que ya estamos aquí, de que lo hemos conseguido, de que somos el animal correcto, el que no tiene miedo de dejar sus huellas, pues ha vencido. ¿Pero en qué ha consistido realmente su victoria?
Con mi dedo tembloroso, trazo una delgada línea en la arena, justo delante de mí. Esta ha sido nuestra victoria. Hemos cruzado esa línea, la barrera fantasma que separa las gacelas de los leones, lo hemos conseguido. Estamos del lado en el que la gente traza las fronteras y se sienta tranquilamente a observar como los de enfrente intentan cruzarlas. Y me susurro a mí mismo que el rey gordo y borracho que dibujó una simple raya con su lápiz en un mapa podría haberse ahorrado el gesto. Mi madre vuelve con mi hermana pequeña, Aminata, de la mano, y le digo, saltando la línea :
—¡Mira mamá, hemos cruzado la frontera! ¿Acaso íbamos a dejar que una simple línea trazada en la arena nos detuviera? Somos como…
No consigo terminar. De repente, una luz fuerte y cruel me deslumbra, mientras la playa se convierte en un arrecife de sirenas enloquecidas, que con sus gritos de temor atraen a los marineros. Se oyen las voces amenazadoras de los policías. Veo a mujeres cuyas lágrimas riegan la arena seca y a hombres que intentan escapar corriendo. Luego, a otros hombres, con uniformes azules, que nos gritan en una lengua desconocida.
Rugidos. En cuanto las gacelas los oyen, se echan a correr.
A mi madre la agarran dos hombres y yo, impulsado por un instinto animal, me echo a correr, entre la manada de personas que huyen de los guardias. Siento mi corazón latir muy fuerte, siento los ojos oscuros de la noche mirarrme, y veo a un policía detrás de mí, persiguiéndome. Sin embargo, no me detengo, y sigo luchando por permanecer en el buen lado de la línea trazada en la arena, luchando por la libertad.
Algunas gacelas consiguen escaparse cuando el felino persigue a la manada, por supuesto, pero la que el león decide cazar ya sabe que no tiene oportunidades de sobrevivir. Seguirá corriendo, pero en su interior, sabe cómo terminará la caza.
Y el mar borrará, con el vaivén de sus olas furiosas, las huellas, las lágrimas y la línea trazada en la arena, llevándose todo consigo.
Sin embargo, la verdadera línea permanecerá ahí, muro invisible, separando a los pobres mortales del Edén, al viejo Ulises de Ítaca, y todos deberán regresar a sus casas, deteniéndose a las puertas de la victoria.
Pues ni el mar ni el viento podrán destruir esa línea, y ella, sin embargo, viento helado y cruel, podrá destruir silenciosamente todos los campos sembrados de esperanza que encuentre en su camino.
Y al fin el león, corriendo, su cuerpo y su pelaje brillando a la luz del sol, sus ojos salvajes repletos de ira, termina por alcanzar a la gacela. Siempre la alcanza.
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