Caperucita en Manhattan_UNO

Incipit de Caperucita en Manhattan

Les élèves après avoir fait la compréhension écrite de l’incipit de Caperucita Roja en Manhattan  avaient un devoir à rendre sur feuille. Après correction par le professeur, ils se sont rendus en salle d’informatique et ont tapé le fruit de leur travail, ce qui a permis l’apprentissage du clavier espagnol.

Le texte source d’inspiration est pris d’un roman de Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan publié en 1991.

L’inventio de ces jeunes hispanistes est à votre disposition. Bonne lecture.

CENTRAL PARK

Imagina una historia en Central Park. Puedes continuar con Sarah Allen o añadir otro(s) personaje(s).

***

Elsa, una estudiante, salió de su universidad y tomó el camino para ir a su apartamento. Cuando llegó a Central Park, era el atardecer. Anduvo por los caminos entre los árboles de Central Park y cuando estuvo cansada, se sentó en un banco para hacer sus deberes. Eran las seis y media; volvió, andando por los caminos de Central Park.

De repente, un ladrón le robó el bolso y corrió deprisa. Un joven, que estaba en un banco, la persiguió y le volvió a coger el bolso. El joven le devolvió el bolso a Elsa, quien le agradeció calurosamente. La chica le preguntó su nombre y su nuevo amigo le respondió « Alex ».

Guénola FREY

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En Central Park, muchas cosas pueden cumplirse…

Durante una fría noche de diciembre una pareja caminaba entre los árboles de Central Park. Los novios hablaban del futuro, del presente y del pasado cuando un hombre llegó por detrás de un árbol, robó el bolso de ella y se fue corriendo.

Los dos enamorados comprendieron lo que pasó unos segundos después y el hombre siguió al ladrón.

Minutos después recorrió el camino de revés cansado y triste, sin el bolso de su novia. Los dos se sentaron en un banco cuando un hombre –un policía– llegó con el bolso y el documento de identidad de la señora, explicando que había detenido al ladrón.

Marguerite PIGNARD

***

Este espectáculo a Sara Allen le gustaba mucho.

Cuando sus padres se habían acostado, solía escaparse de su casa y pasear por Central Park. No temía a nadie: ni a los ladrones ni a los asesinos.

Antes de salir a pasear, se ponía unas zapatillas y por encima de su pijama, se cubría con un largo abrigo rojo que le rozaba las rodillas y se tapaba la cabeza con la capucha, de manera que no se le viera la cara. Nadie podía saber  quién se escondía bajo dicho disfraz.

De vez en cuando, los hombres y las mujeres que cruzaban el parque en taxi percibían entre los árboles a este singular personaje vestido de rojo, como sacado de un cuento maravilloso. De modo que, al cabo de unas noches, de tanto ver a esta jovencita que corría por el parque, la gente empezó a llamarla la Caperucita de Manhattan.

Nathan LE FLOHIC

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De día, los turistas concurren en el parque, particularmente cerca del Belvedere Castle. Ahí está un vendedor de perritos calientes, exquisitos y baratos. John Doe, como lo llamaremos para preservar su anonimato, es un hombre simpático y amable con sus clientes, sobre todo los turistas, aficionado a hacerles bromas.¿Quién sospecharía que de noche, este buen hombre recorre Central Park, escondiéndose en la sombra, acercándose lenta y silenciosamente a sus débiles víctimas, con una cuerda y guantes de cuero?

Por la mañana, los policías, después de investigar en la escena de los crímenes, se van a tomar un perrito y a charlar con John Doe, sin jamás sospechar que están delante del serial killer.

El 10 de julio de 1997, mientras estaba acercándose a una pobre vieja sin defensas, ésta, más peligrosa de lo que parecía, le hizo una llave de kárate digna de los Juegos Olímpicos. El asesino se desplomó, muerto. Ignoraba que había atacado a Super Granny, muy conocida en Manhattan por ahuyentar a los malvados criminales.

Los policías identificaron al asesino-víctima. Jamás hubieran pensado que comían con él cada día.

Moraleja: los vendedores de perritos calientes pueden ser peligrosos… Las abuelitas también.

Madeleine CAZALBOU

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Podemos decir que en Manhattan hay dos mundos paralelos. Por la noche las luces de los edificios y los coches iluminan las avenidas y hacen vivir la ciudad. Ana pasea por las calles con su novio y mira los anuncios que deslumbran la ciudad entera. Cogidos de la mano, están mirando los rascacielos que parecen apuñalar el cielo. A través de los cristales de un pequeño y encantador restaurante, ven parejas que están cenando, alumbrados por la luz tamizada de las velas. A su derecha, un grupo de jóvenes están sacando fotos con una mascota. Por la noche, Ana cree que Manhattan es una ciudad muy animada, agradable y romántica.

Un mundo paralelo aparece cuando la noche se va y que el día se levanta. A primera hora de la mañana, Ana va al trabajo y deja que la empuje la gente que coge el metro. Todo el mundo está apresurado con un maletín en una mano y el teléfono en otra. Ana espera su turno en los quioscos. Como la mayoría de los habitantes de Manhattan, está muy estresada por el trabajo. Además llegar a tiempo es un reto. De día, Manhattan parece un hormiguero. Ana estaba andando entre la muchedumbre y de pronto recogió un papel que iba a cambiar su vida.

Sarah BARBIER

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UNO

En ese momento Caperucita una niña a quien le gusta descubrir muchas ciudades del mundo. Hoy está en Manhattan por el Central Park cuando aparece un joven de diecisiete años que se llamaba Juan que también es español. Empiezan a hablar y durante toda la tarde se ríen y se cuentan sus vidas y aventuras. Juan queda con Caperucita para esa noche en su apartamento y ella por supuesto acepta.

Daniel-Andre LENIQUE

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Hoy, como todos los días, salgo de mi casa a las 6 de la tarde para hacer mi jogging por Central Park, el parque más grande y más bonito de Nueva York. Me encanta correr por este parque porque me permite relajarme con el gorjeo de los petirrojos y el chapoteo del lago con sus patos y cisnes.

Estaba corriendo y de pronto surge un perro muy mono. Me hacía fiestas, jadeante, implorándome con sus ojos para que le acariciara. Su pelo era marrón y sus ojos verdes. Tenía un collar, en el que había escrito su nombre y el número de teléfono de su propietario. El perro se llamaba Pistacho, seguramente a causa de sus ojos verdes y en forma de pistacho.

Pistacho era muy cariñoso, le gustaba que le acariciara. Pensé en su propietario que seguramente estaba desesperado por la pérdida de su perro querido y llamé entonces al número indicado en el collar de Pistacho. Una persona con voz femenina respondió al teléfono sin aliento:

– Sí, diga, ¿Es por Pistacho? ¿Dónde está?.

Le respondí que estaba conmigo en Central Park y por suerte ella también se encontraba en el Parque.

Diez minutos después, vino una chica rubia, de ojos azules y con una sonrisa de oreja a oreja. Le doy el perro y me replica:

– Muchísimas gracias, parece que Pistacho le quiere.

Me preguntó cómo podía hacer para agradecerme y le respondí que podía invitarme al restaurante.

Y fue así como encontré a la mujer de mi vida.

Philippe CONESA

                                                                                          ***

Eran las cinco y nueve, ella había salido de su piso a las cinco, torció hacia la calle 74, pasó delante del restaurante Patsy’s Pizzería a las cinco y cuatro. Todas las mañanas iba a correr antes de ir al trabajo. A ella siempre le había gustado correr. Pasaba entre los árboles y las farolas. La gravilla resbalaba bajo sus pasos. Ya se podían ver los primeros resplandores del sol por encima de los árboles. Hacía 20 minutos que corría escuchando música, cuando unas manos le taparon la boca y la tiraron detrás de unos árboles. Se le cayeron los auriculares y pudo oír:

– Hola Hanna. He vuelto.

Nerea PRUNEAU MARIN

***

Estábamos caminando a orillas del lago. Quería tomar la mano de Greta, sentir su cuerpo, sus emociones. Esa sensación era extraña, me parecía difícil seducirla. Estábamos mirando a las estrellas, buscando las constelaciones. Cuando hablaba, su voz era como la melodía del amor. Cuando miraba sus ojos, podía ver más estrellas que en el cielo. Conocía a Greta desde hacía un mes. Nos habíamos encontrado en la fiesta de un amigo en común. Me enamoré de ella desde la primera vez que la vi.

Nos habíamos sentado en la hierba, mirando un espectáculo de agua cuando un hombre surgió, vestido con una gran chaqueta negra. En su mano escondida, tenía un cuchillo.

Elsa INGRAND

***

Nuestra historia empieza en la entrada noroeste de Central Park. ¿Veis a aquella pequeña chica vestida de rojo, andando inocentemente por el camino tranquilo del parque más grande del mundo? Esa jovencita se llama Caperucita Roja, y quiere atravesar ese parque para dar algunas pizzas a su abuelita enferma ¡Oh!, y a algunos metros a la derecha de ese cielito, ¿lo veis? ese mafioso vestido de negro, disimulado entre los árboles como un lobo. Ese mafioso tiene hambre, y creo que va a intentar robar las pizzas de Caperucita. Ahora, escuchadme atentamente, todo va a pasar muy rápido: el hombre sale de los árboles y se pone delante de Caperucita; pero, Caperucita lo había previsto todo; el mafioso intentó arrebatarle las pizzas, y en ese momento Caperucita le dio un golpe con su mano derecha en la cabeza, le pegó en la barriga con su mano izquierda, y le envió violentamente su pie derecho en la entrepierna del hombre – Caperucita era una campeona de krav maga – por último, se cayó gritando de dolor, Caperucita Roja acabó inocentemente su paseo hasta el rascacielos donde vivía su abuela.

Paul ROUGEAN

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Un día, Luisa, una joven, dio una vuelta por Central Park por la tarde, y se sentó en el centro del parque para leer. Pero acabó por dormirse, y los segundos pasaron,…y los minutos…y las horas…y cuando se despidió, era noche cerrada.

¡Oh no! ¡Ha de ser medianoche! – pensó.

Se asustó : ese lugar en Central Park podría ser peligroso de noche. Ya no veía a nadie alrededor, sólo un conejo la miraba fijamente, le dijo : « Luisa, cuando te despidas, creerás que fui un sueño…pero ahora ¡ambos sabemos que soy de verdad! No me olvides, y ahora ¡despídete! »

Y Luisa de despidió a las cinco, y volvió a casa.

Emma-Louise HURTIN

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Desde su más tierna infancia, le gustaba pasear por el pastel de espinacas del centro de la isla. Con su hermanito, con sus amigos y a veces sola, había explorado el parque entero. Conocía el paseo central como los escondites que nadie conocía, salvo ella. Cada vez que se iba sola, su madre se asustaba ya que el parque es peligroso, los asesinos y ladrones imponían las leyes del miedo a su hija pequeña de 16 años. El problema era que el parque no le daba miedo a la niña. Al contrario, le daba la impresión de que estaba en uno de los spaghetti western que veía los sábados con su abuela. Decía que la adrenalina no hacía daño alguno a nadie y que los asesinos no iban a echarle una mirada porque no tenía nada que reprocharse. Lo decía hasta cierto día.

Y aquel día, pasó algo diferente, pasó algo raro.

Marie DESTARAC

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Y, en medio de toda esa multitud de edificios gigantescos, que parecen hechos a la medida de un gigante, en medio de ese paisaje que sale en todos los pósters y las postales, detrás de uno de los árboles del inmenso Central Park, mirando bien, se puede ver a una niña. Entre la oscuridad de la noche y las sombras amenazantes de los árboles, casi no se la ve, y es exactamente por esa razón por la que está ahí. Mira de lejos las luces, las publicidades en los rascacielos y los edificios, discretamente, como si solo con su mirada se pudiera apagar todo de golpe, haciendo la noche aún más oscura. La luz de la luna se refleja levemente en su cabello, resaltando sus rizos negros, y sus ojos azules desvían la mirada del maravilloso paisaje para mirar detrás de ella nerviosamente. Oye unas pisadas a lo lejos, y de repente una sombra aparece detrás de un árbol y se dirige hacia ella. El corazón de la niña se aceleraba bruscamente y aguanta la respiración, mientras alza la vista hacia la luna, como suplicándole su ayuda, pues sabe que la sombra viene a por ella. La han encontrado.

Irene CAMPILLO PINAZO

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En una de estas velas encendidas, vivía una niña cuyo nombre era Sara Allen. Vivía con su madre divorciada en un séptimo piso, o sea por la mitad de las velas más altas. Sara solía caminar mucho por el pastel de espinacas. De hecho, pasear por el parque le encantaba. Iba a menudo allí, y los acostumbrados del lugar la veían andar sola, con auriculares puestos a tope y zapatillas de deporte silenciosas al pisar la hierba. A pesar de tener quince años, conservaba su carita de niña. Tenía unos ojos grandes y una nariz pequeñita, cubierta de pecas que se extendían por sus mejillas.

Era una chica hermosa, aunque su madre deploraba su forma de vestir, siempre los mismos chándales rojos, con esas capuchas que le escondían su rostro tan lindo.

Paloma DIAZ

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Como yo, hay mucha gente perdida en esta enorme ciudad donde los mapas y los GPS resultan inútiles antes las muchísimas calles y callejones. Hacía mucho, caminando por el gran pastel de espinacas y paseando a Rocky, mi perrito, me encontré con una chica muy agitada que estaba detrás de un árbol. Inicialmente me asusté ya que pensaba que era una ladrona que intentaba acercárseme más para poder robarme lo poco que tenía, pero al ver que era una muchacha extraña que no reaccionaba ante mi presencia, me acerqué y balbuceé un poco tímido « ¿Estás bien? » Ella me miró, asintió con la cabeza y me dijo que llevaba huyendo desde hacía 15 minutos de un ladrón que había intentado robarle el bolso. Esa noche la llevé a dormir a mi casa ya que ella vivía lejísimos de Central Park y me daba miedo de que le pasara algo. Me contó que se llamaba Lisa y que llevaba en Nueva York menos de una semana, que le gustaban los perros y que trabaja como camarera en un bar de mala fama. Lisa actualmente es mi mejor amiga y mi compañera de piso desde hace unos 5 años.

Laura TORRES

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Estaba listo, lo había preparado todo. Finalmente podría pedirle que se casara conmigo. Había elegido el lugar más bonito de Central Park y lo había decorado. En el centro, una mesa donde había puesto velas. también había puesto en los árboles guirnaldas de luz que parecían como luciérnagas en la noche. ¡Era maravilloso! Sólo faltaba alguien, Teresa. Estaba esperando cuando la vi, maravillosa en un fino vestido rojo. Nos sentamos a la mesa y después de algunos minutos le pedí que se casara conmigo.

No se pueden imaginar lo alegre que me puse cuando respondió que sí. ¡Fue el día más feliz de mi vida!

Marthe RECHSTEINER

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Hacía frío. El niño andaba desde hacía unos minutos que le parecían horas. Arropado en un abrigo de piel, se le distinguía sólo la cara, marcada por el cansancio y el hielo. Por centésima vez, volvió hacia su madre y, con la cara llena de esperanza, le suplicó hacer una pausa. La madre, con deliciosa sonrisa, le respondió que llegarían dentro de unos minutos. El niño, exasperado, se dio la vuelta y empezó a estudiar su entorno. Sus ojos aumentaron cuando vio brillar las luces de los anuncios y los rascacielos que parecían flanquear algo como un pastel de espinacas. Asombrado, no oyó a su madre que le anunciaba una próxima llegada. Cuando sintió el dulce calor del hogar, le preguntó a su madre cómo se llamaba el sitio por donde resultaba excitante caminar de noche. La madre, sonriéndole amorosamente a su queridísimo hijo le dijo: ¿Cómo? ¿No conoces Central Park?

Louis ARRIAU

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Un asesino en Central-Park

Luis se estaba paseando por Central-Park. Eran más o menos las diez. De repente oyó un ruido detrás de un árbol, vio una sombra a la luz de la luna. Una silueta inquietante llevaba algo afilado en la mano.

Luis echó a correr y la misteriosa silueta iba siguiéndolo. Por desgracia, su pie se quedó enganchado en la raíz de un árbol y se cayó y su nariz se puso a sangrar. La silueta se paró, justo delante de él, con el cuchillo en las manos y con una sonrisa casi irreal.

David SALGADO

***

Sara estaba paseando en Central Park y no sabía la sorpresa que le esperaba.

El cielo estaba oscuro y sin estrellas visibles, lo único que se podía oír era el ruido que hacían los árboles cuando el viento susurraba a los cipreses… Sara decidió volver a su casa porque tenía miedo, pero oyó un ruido detrás  suyo; un hombre vestido de negro con un sombrero del mismo color, estaba mirándola, Sara gritó y quiso correr pero el hombre se lo impidió.

María MIROBOLANT

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En el Central Park las ardillas lo ven todo y lo escuchan todo, absolutamente todo.

Han visto crímenes, besos apasionados, personas que hacen jogging. Pero aquel día, no fueron espectadoras: fueron las actrices de una terrible tragedia.

El 26 de junio de 1995, un niño, llamado Robert D. Kennedy Jr, jugaba en Central Park. De repente, encontró detrás de un árbol una montaña de avellanas. Le dio una patada. Ignoraba que era la reserva del rey de las ardillas. Había desencadenado la ira real.

Una por una, las ardillas saltaron de los árboles y rodearon a Robert. El niño ya no podía escapar.

Se arrojaron sobre el chico, y lo mordieron hasta que se muriera.

Una pareja, que quería esconderse de las miradas, descubrió el cuerpo.

Desde aquel día, todos saben que no se debe dar una patada en las avellanas del rey de las ardillas.

Helen DAWSON

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El año pasado durante una noche fría de octubre, un hombre caminaba por los caminos estrechos de Central Park. Se acurrucaba en su chaqueta de lana para protegerse del viento glacial silbando en sus oídos, como si se burlara del pobre hombre. Aquella noche, Juan lo había perdido todo. Jugando a las cartas como cada día, hoy la suerte no había estado de su lado. Sus ahorros, su casa e incluso su perro estaban ahora en las manos de Carlos, su enemigo de siempre. Amargado, y por lo menos borracho, andaba sin ningún objetivo.

De repente, Juan oyó disparos. Corrió en dirección del ruido y distinguió a una persona tumbada sobre la tierra. ¡Qué sorpresa fue para él ver a Carlos quejumbroso de dolor! Tenía una herida grande en la barriga, y respiraba con mucha pena. La primera intención de Juan fue salir, diciéndose : « ¡Te está bien empleado! ». Pero Juan era una buena persona, y fue a ayudar a Carlos. El le dijo : « Juan, amigo mío, ¡Te suplico que me ayudes! Si no lo haces, moriré. Te prometo que haré todo lo que quieras. Viendo el dolor del pobre hombre, aunque lo odiaba, Juan eligió llevarlo al hospital. Para agradecerle, Carlos le devolvió todos sus bienes, y gracias a esta lección, Juan no jugó nunca más a juegos de azar.

Louana SOIDET

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Sí, Central Park es peligroso, y aún más cuando mides un milímetro y medio, te lo digo yo. 1.56 mm, este es mi tamaño. Ya sé que soy un poco pequeño para mi edad pero no es para tanto. Vivo en las altas ramas, allí, cerca de la copa del árbol, donde me he esculpido una casa en la corteza. Este es mi hogar, una madriguera cavada en el corazón del castaño, protegida por una rama cubierta de hojas y rodeada por musgo. La verdad es que tengo bastante suerte: no hay ardillas, no hay pájaros, no hay arañas… En fin, ningún bicho capaz de devastar mi rebaño de chinches. Solo hay una amenaza para mi ganado, una criatura sin piedad que extermina todos los rebaños de los alrededores. Se llaman las mariquitas y hoy, es día de caza…

Vincent BALOUP

                                                                                          ***

Eran cuatro amigos norteamericanos: Rosa, Javier, Raúl y Lola que se paseaban entre los rascacielos de Central Park. Era una muy agradable noche de julio. Eran casi las once. Estaban felices porque, todos, habían obtenido su diploma del instituto. Iban para celebrarlo. Andaban de manera alegre, cuando de repente un hombre salió detrás de un árbol, pero veían solo su silueta en el resplandor de la luna.

Se acercaban, despacio, pero de pronto los cuatro niños se detuvieron. La música de un rascacielos cerca que resonaba un minuto antes, marcó una pausa. Ningún ruido alrededor. La silueta seguía delante en dirección del grupo. Pasó, furtivamente, un rayo de luz. Al mismo tiempo, los niños reconocieron a la madre de Rosa. Sorprendidos se quedaron sin voz. ¡Habían tenido tanto miedo! La madre, quería solamente darle un jersey para que por la noche Rosa no tuviera frío.

Camille FONT

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Érase una vez una chica mexicana que estaba de viaje en Nueva York. Durante el día de visita al Empire State Building y también la conmeración del « Ground 0 ». Quería ir al Central Park durante el día pero no tenía tiempo o sea que fue de noche. Claudia no sabía que por la noche Central Park es muy peligroso dado que se puede encontrar con asesinos. Estaba sola paseándose por el parque cuando oyó un ruido que venía de los árboles. Ella no sospechaba de que podría ser un asesino. Sacó el móvil para alumbrarse el camino cuando alguien cayó del árbol. Le preguntó qué hacía y él le contestó que ella tenía que esconderse porque era muy peligroso. De repente los dos oyeron un ruido pero se dieron cuenta de que era un gato.

Zöé CAMERON

***

Estaba a punto de salir del parque por la puerta oeste cuando unas notas musicales me llegaron a los oídos. Me sorprendió mucho oír tal música a una hora tan tardía. Intenté seguir el rostro de esta melodía y al cabo de unos cien metros me encontré con un hombre. Tenía el pelo largo, su ropa estaba desgarrada y rota y no estaba afeitado (o sea que estaba desaliñado). Pero era él quien tocaba esa melodía tan suave y tan bonita. Era increíble que alguien así se encontrase en la calle, sin casa y sin nada. El hombre era un músico espectacular que seguramente hubiera podido ganarse la vida con su música. Mucha gente se paraba para escuchar y mirar a este hombre que era simplemente alucinante. Seguramente que muchos se preguntaban cómo era posible que personas así acabasen en la calle. Aunque este encuentro me sorprendió mucho, no era la primera vez que me encontraba con gente bastante rara por Central Park.

Víctor BLANCO

FIN

 

 

 

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